Salir, beber, el Congreso de siempre
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| La peña del moco en El Retiro (Madrid), 07-03-2023. Última foto con mi abrigo |
Me mangaron el abrigo en Tiffany's. Me colé en el reservado para buscarlo y vi a Cepeda. También decían que estaba no se quién cantante del Benidorm Fest. Otros vieron a Paco León en el centro con no sé qué obra en su casa. Madrid, qué canallita eres.
La última vez que los estudiantes de Políticas de la UMU fueron de viaje de estudios ocurrió pocos días antes de que nos encerraran por el covid. De hecho, uno de los primeros casos grandes en España procedía de Madrid. El último día de clase antes del tema, una profesora llegó a encerrarlos en una clase y le montó un pollo al vicedecano de tres pares de narices. Tres años después, hubo viaje. Y qué viaje. Si viviéramos la vida igual que estos dos días seguramente no cumpliríamos cuarenta tacos.
Primero, el viaje en sí: Albacete, qué llana eres. Los bares de carretera de Albacete, qué buenos son. La política georgiana, qué interesante es. Qué bien lo pasemos en el autocar. No sé ni para qué me cogí los cascos. Yo por lo menos, que era la primera vez que iba a Madrid, guardaba una poderosa ilusión. Y, joder, es que estabas entrando a la capital y veías el Pirulí, y cuanto más te adentrabas más nos sonaba todo. Es que parece que todo está allí. Estuvimos todo el tiempo como el meme de DiCaprio señalando al televisor. Todo era grande y a lo grande. El Palace, la embajada de EEUU en Madrid, Cibeles, Neptuno, Alcalá (que estaba en obras), el Banco de España, el Museo del Prado, la Real Academia, la hostia en verso. Nada más bajarnos, nos dieron el folleto de un sitio y fuimos allí a comer. Al terminar, encaramos el parque del Retiro. Decían que había un camello barato por ahí. Yo no me creo nada, en fin. La verdad que era precioso. El escenario del celebérrimo -y denostado- tevacae de IlloJuan a la publicación de Masi dando un paseo en barca.
Más tarde fuimos a visitar el lobby Harmon. Muy guay. Se notaba que había pasta invertida. Nos dieron una charla cuatro integrantes de la consultora, dos de ellos murcianos. Los otros dos eran de Navarra y Extremadura. Porque, abro paréntesis, eso es otro rasgo identitario de Madrid: nadie es de allí. Pero nadie. Íbamos tirando para el Prado y nos preguntaron dos señores mayores que cómo estaba Murcia. Les contestamos que estupendamente, y nos respondieron que hace 70 años -cuando ellos nacieron allí- también lo estaba. Capos. Cierro paréntesis. Nos enseñaron grosso modo a qué se dedicaban, cuáles eran sus trayectorias y cómo llegaron allí. Fue bastante ilustrativo. Hicieron un Power Point que me quedaré sin hacer en la vida. Pero claro, las salidas son las que son y las condiciones de éstas son iguales. Hubo bastante buena intención, ahora, si las bases están mal y todo está interconectado, tenemos el cóctel perfecto para que las probabilidades de que algo salga mal sean más altas.
Lo digo con el corazón: si no fuera por lo caro que es todo, creo que me desenvolvería de buena manera por la gran ciudad. Sí que sí. A pesar de tener menos orientación que un conejo cruzando una carretera. Yo digo que sí. Por la noche fuimos todos -y cuando digo todos es todos- a la discoteca Tyffany's. El ambiente era de todo menos inmaculado. Pero, a la vez, divertidísimo.
A la mañana siguiente, cogimos el autocar rumbo a la Cámara Baja -algunos nos subimos más que in extremis-. Aquí vino lo gordo. Creo recordar que entramos al Congreso por la puerta de Zorrilla. Colapsamos un poco el espacio, tuvimos que pasar un pequeño control de seguridad. Todo muy pomposo, muy riguroso, institucional. Bueno, pues a medida que entrábamos y escuchábamos los voceos de los diputados más alucinaba. Una vez sentados en los palcos de visita, comenzamos a contemplar el show. Claro, por la tele se oyen gritos. Pero en vivo es terrible. Y lo típico: en persona no es tan grande. Se escucha todo. Chillidos, continuas faltas de respeto, gritos hacia las bancadas contrarias casi por cada argumento que defendían. Eso fue lo que observamos durante la hora que estuvimos allí. Estábamos flipando. Miré unas cuantas veces hacia arriba para ver los agujeros de bala, sin éxito más allá de algún desconchón. Entramos a mitad de las intervenciones de José María Figaredo (Vox) y la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Indecorosos. Seguidamente, atisbé cómo Víctor Sánchez del Real señalaba airadamente con el dedo y berreando desde su escaño a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet. En general, las formas de sus señorías son bastante indeseables. También vi la arrabalera manera de la ministra de Hacienda de pedir silencio en una de las intervención de su colega Fernando Grande-Marlaska y el rostro desencajado y la vena del cuello marcada de la diputada del PP Ana María Zurita Expósito. Otro detalle que me llamó la atención, y pongo como ejemplo a la ministra de Igualdad Irene Montero, fue el falseado procedimiento de contestar a las preguntas de los contrarios, sin mirarse a la cara -a no ser que se encontraran justamente de frente-. Sólo miran a la cámara. Queda muy artificial, aunque puedo llegar a comprender la razón de ello. Y el enésimo detalle de irrespetuosidad: mientras Rocío de Meer (Vox) hablaba en la tribuna, Patxi López (PSOE) se encontraba de pie apoyado en la bancada hablando tranquilamente con otro colega, partiéndose la caja ahí mismo. La conclusión que saqué es la siguiente. La educación no es directamente proporcional al nivel de estudios que una persona tenga.
Para desintoxicarnos del ambiente respirado y para ver algo más de Madrid, andamos hacia Sol -ya se congregaba gente en las manifestaciones feministas- y llegamos hasta el Palacio de Oriente y el cementerio de la Almudena. Todo imponente. Se conoce que tocaba acto, había guardia real en la entrada.
Más tarde, nos citamos en la sala Clara Campoamor del Congreso en razón de una charla con algunos diputados murcianos. El único de Podemos no estuvo. En la mayoría de sus exposiciones fueron correctos -éstos se notan que no salen demasiado en los telediarios-. Todos menos la señora de Vox, Lourdes Méndez Monasterio, quien se dedicó a poco menos que vender el programa de su partido. Abrieron un turno de preguntas y, a pesar del nerviosismo, decidí pedir la palabra. Les comenté lo que habíamos visto -y oído- durante una parte de esa misma mañana, y pregunté si les daba vergüenza el comportamiento de algunos de sus colegas en la Cámara Baja. Nada más terminarla, una compañera mostró un pensamiento similar al que había expresado. Y, sin dejar contestar primero a quienes les incumbía, una profesora -seguramente consciente del favor que es que te reciban unos diputados nacionales- les echó un capote argumentando que no debíamos olvidar el enorme trabajo que hay detrás de todo eso. Para que no nos quedáramos con la mala imagen vista, básicamente. De primeras le quitaron hierro al asunto, esquivando la pregunta y tirando por otros derroteros. Luego -se ve que le tocamos un poco el ego- se pusieron a nuestro nivel diciendo que nosotros nunca nos hemos fumado una clase. Nosotros nunca pusimos encima de la mesa esa cuestión -lo de que parece que el Congreso está siempre medio vacío; ahí se señalaron ellos mismos-, más que nada porque somos conscientes de que sus labores no son únicamente gritar y descalificar, también hacen más cosas. Al final, y después de muchos mareos y algún amago de romper a llorar -literalmente, no es coña-, un diputado del PSOE, Juan Luis Soto Burillo, admitió que quizá le dé vergüenza. Prácticamente se escudaron en el ambiente especial de aquel 8-M (Día de la Mujer), la crispación política y que los medios de comunicación sacan lo que quieren; lo cual me pareció un argumento soberanamente pobre. La gente no es tonta. Los actores no son compartimentos estancos. Todo es entre todos. Un poco de autocrítica pienso que no nos vendría nada mal.
Serían casi las tres o por ahí. Fuimos a comer a Casa Julia. Estupendo. Ambiente castizo, buena comida, camareros con cachaza, etc. Ya tocaba montarse por última vez en el autocar de vuelta a nuestra querida -y acalorada- Murcia. La máxima de Madrid era la mínima de Murcia. Veintipico grados a principios de marzo. Mira por dónde, el abrigo que me robaron no lo eché de menos.
Alfonso G. Mengual
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